Siguiendo las
recomendaciones de mi nauseópata, leí detenidamente las instrucciones de uso,
agité ferozmente el frasco y vacié sobre mi garganta 36 gotas de un elixir
entre amargo y dulzón. Creo que mis anginas
están empezando a agradecerme este renovado aire interior. Está siendo duro
estos primeros días, pero la voluntad se aferra a un mandato, orden inequívoca enviada
por mi psique para parar todo intento de reenganche. NO.
Quizás mi estómago, o mi
hígado no estén tan contentos como mis amígdalas, puesto que la necesidad
absurda de tener algo en las manos, de llevarme algo a la boca, me está
empujando al consumo desmesurado de pipas, chocolate y otras mierdas de bollería
industrial barata, que degluto con placer y ansia.
La renuncia al alcohol no
ha sido tan fácil, al menos en esta primera semana supuestamente cero-cero me
he tomado tres cervezas, y no creo que por un sentimiento irrefrenable de
adicción, simplemente porque me ha dado la gana. En cualquier caso también me desintoxico
porque me da la gana, entonces las unas ganas y las otras ganas entran en
conflicto.
Creo que debo entrar ya
en la segunda fase de la desintoxicación, a saber: caldo depurativo, y dieta
sana, reducción drástica del azúcar refinado, y no sé qué más. A la espera que
la limpieza celular empiece a remover otra desintoxicación profunda y
verdadera.
Ya os contaré
Ánimo con tu desintoxicación! Aupa! Es la mejor manera de recibir el otoño.
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