El otro día había quedado en un bar,
en un pueblo de montaña, hacía buen tiempo y me senté en la
terraza. Antes de coger mesa me di cuenta de que algunxs clientxs
miraban hacia un balcón, como si hubiera caído algo desde arriba,
miré y vi a dos niñxs jugando a hacer pompas de jabón desde la
ventana. Al cabo del rato, sobre la sombrilla de la terraza calló un
chorro de líquido, supongo jabón, y la chica que había sentada en
la otra mesa soltó un “putos $”%&/!$”.
Me la quedé mirando con asombro y le pregunté:
Me la quedé mirando con asombro y le pregunté:
-qué has dicho, putos moros, o putos
críos, es que no te he entendido-
sorprendida por mi interpelación
intentó hacerse la longuis, así que le repetí:
-perdona, es que no te he oído bien,
has dicho putos moros?-
me dio una callada por respuesta
mientras giraba la cara buscando la complicidad de sus contertulios,
así que seguí:
-¿qué pasa es que tú no has sido nunca
niña pequeña? ¿nunca has hecho travesuras de este tipo?
-perdona contigo no estoy hablando-
-me da igual porque has hecho un
comentario despreciable, racista y asqueroso, así que te contesto- y agachó la cabeza medio indignada
medio avergonzada.
foto de Ana Campos, CC, A-NC-ND
¡Qué racista es esta sociedad!,
comentarios así los encontramos cada día pues rebotan como eco en
centenares de cabezas huecas. Es decir, que dos niñxs, por el simple
hecho de ser migrantes, ya no pueden jugar y liarla como los
autóctonos, pues son condenados al insulto y la incomprensión. Esta
incomprensión que empieza con las criaturas, se institucionaliza en
escuelas e institutos y les persigue durante el resto de su vida,
justificando la explotación laboral, el abuso policial y la
violencia psicológica.
Yo cuando era niño también tiraba
cosas por el balcón, no es que se me cayeran, no. Tiraba huevos,
vasos de agua o papel mojado a dar a lxs abuelitxs que pasaban por la
calle, y no es que esté muy orgulloso de ello, pero joder, era un
niño, y me divertía con ello.
todas somos niñas,
las moras también son niñas
luego todas somos moras
Esta falacia argumental encierra no
obstante un gran principio: la igualdad de las personas sea cual sea
su procedencia, color de la piel, religión, sexualidad... y por
tanto animo a no dejar pasar estos microfascismos en nuestro día a
día, la revolución esta también en los pequeños detalles.
Todxs tenemxs derecho a ser “malxs”,
a rebelarnos contra la sociedad, la familia, la escuela, sobre todo
cuando somos niñxs.
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